Sobre el estado actual de los partidos políticos
«Los partidos siempre han ido detrás de los grandes cambios sociales»
Entrevista a Manuel Alcántara Sáez
Manuel Alcántara Sáez

Manuel Alcántara Sáez

Politólogo. Latinoamericanista. Catedrático de la Universidad de Salamanca.

En su libro ¿Instituciones o máquinas ideológicas? Origen, programa y organización de los partidos políticos latinoamericanos (2004) usted habla de la estabilidad relativa de los partidos políticos en el continente. ¿Hoy mantendría esta afirmación?

Evidentemente, no. El panorama presente de América Latina muestra que la mitad de los presidentes a fecha de hoy son miembros de partidos que existían hace veinte años, la otra mitad no. Es decir, el vaso ahora mismo está medio lleno o medio vacío. Tendría que matizar mucho mi reflexión. Me refiero a los presidentes de Argentina, Bolivia, Chile, Costa Rica, Honduras, Nicaragua (con todos los problemas), Panamá, Paraguay y Uruguay. El resto están afiliados a agrupaciones a que no existían hace dos décadas.

¿Cuáles son los principales aspectos en los cuales los partidos políticos tienen una especial necesidad de actualizarse, especialmente, respecto a su organización y comunicación?

Los partidos siempre han ido detrás de los grandes cambios que se han producido en la sociedad. Esa es una tónica histórica. Los partidos de masas llegaron cuando ya las masas llevaban décadas presentes en la vida pública. Ahora, los cambios que han acontecido en las sociedades en los últimos veinte años tienen una dimensión exponencial. Entonces, los partidos políticos están sometidos a una inercia que les hace muy difícil adaptarse a cambios tan rápidos y, sobre todo, tan profundos. Ese es, para mí, el principal problema.

Si se quiere, es un problema de tiempo. Yo no participo de la opinión de que los partidos políticos han muerto definitivamente. Pero sí van a tener que cambiar drásticamente y adaptarse a una sociedad líquida, como nos señaló Zygmunt Baumann. Será una sociedad profundamente diferente por los cambios en las tecnologías de la información y de la comunicación.

Los partidos políticos no han sido parte de las últimas crisis sociales en varios países de Latinoamérica (Chile, Bolivia, Perú, Colombia, Guatemala). ¿A partir de esto pueden surgir nuevos partidos políticos?

No han sido partícipes precisamente porque han sido desbordados por la gente que, primero, se moviliza de una manera diferente a como lo hacía hasta hace muy poco tiempo y, segundo, se mueve en un escenario de identidades líquidas y que fluctúan. Uno de los problemas que tiene cualquier institución es atraer a la gente y mantenerla. Esto lo sufren tremendamente los partidos. Hay poca gente que se identifica con los partidos. Pero todavía es más preocupante, para mí, que la gente que se identifica con los partidos cambia. Es decir, no hay la lealtad que se suponía y que era uno de los grandes valores de los partidos políticos hasta hace veinte años.

La pérdida relativa de importancia de los partidos en Latinoamérica ha llevado a algunos autores de hablar de la peruanización de los sistemas políticos. El politólogo uruguayo Juan Pablo Luna ha denominado al Perú como una democracia sin partidos. ¿Puede haber tal cosa, una democracia sin partidos? ¿Qué consecuencias tienen escenarios de extrema fragmentación y personalización de la política?

Estoy muy de acuerdo con el profesor Luna pero matizaría en aquello de que no hay partidos. Yo creo que hay partidos, pero diferentes. Actualmente son partidos que están construidos sobre candidatos. El candidato es quien construye el partido y tiene un entorno más o menos grande en función del puesto por el cual está compitiendo. Esto lo vemos muy claramente en Brasil. Las dinámicas partidarias en los estados o en los grandes municipios funcionan y estas dinámicas se transfieren muy mal al ámbito federal. Entonces, la visión es que aparentemente no existen partidos desde la definición de partido político canónica que teníamos: una estructura estable con un programa y una organización. Eso es lo que cambió en Perú, hace mucho tiempo, hace más de treinta años. Incluso antes de la llegada de Fujimori al poder se estaba produciendo un cambio y esto se está transfiriendo a otros países de América Latina. Hay partidos, pero diferentes.

¿Qué deben hacer, o no hacer, los partidos tradicionales frente a este escenario?

Para no plantearlo desde el deber ser, tenemos que ver dónde hay partidos tradicionales y dónde se mantienen. En Uruguay existen y se mantienen, y Uruguay es el primero o segundo país en términos de calidad democrática en América Latina. Hay una correlación muy alta. Por un lado, se dice que en virtud de la alta calidad de la democracia tenemos sistemas de partidos consolidados, estables, y son los de siempre. Del otro lado tenemos a Honduras, que tiene un sistema de partidos (el Nacional y el Liberal) de más de cien años y es uno de los peores en cuanto a su calidad democrática en América Latina. Estos son dos extremos en América Latina. Entonces, no es muy claro que la existencia de un sistema de partidos estable contribuya a mantener una democracia de calidad.

Uno de los problemas que tiene cualquier institución es atraer a la gente y mantenerla.

Costa Rica tiene una democracia muy sólida y los dos partidos tradicionales no desempeñaron un papel en las últimas elecciones, hace tres años. Ni Liberación Nacional ni Unidad Socialcristiana pasaron a la segunda vuelta. Los dos candidatos fueron un partido de absoluta reciente creación y otro (Partido de Acción Ciudadana) de menos de veinte años de creado. No nos sirve tampoco como ejemplo.

Populismos

¿Qué es lo que ha pasado en El Salvador, tanto en las elecciones presidenciales de 2019 como en las legislativas de 2021? ¿Por qué la gente vota a un nuevo partido que no es un partido político en el sentido tradicional, sino que ha sido creado por el presidente Najib Bukele? ¿Por qué la gente vota por lo que dice Bukele? No están votando a Nuevas Ideas. En México la gente no va a votar en junio a MORENA o a sus candidatos. Va a votar lo que diga AMLO. Ese es el cambio.

Desde la evidencia empírica es muy difícil responder la pregunta. Lo que está pasando es un fuerte proceso de personalización e individualización. Me gusta más el término individualización de la política, que se articula particularmente en las elecciones, en torno a los candidatos. ¿Por qué se ha llegado a este nivel?

¿Qué nos dicen distintos trabajos sobre por qué la gente se ha desapegado de los partidos y busca la personalización de la política? La propia sociedad ha cambiado, las identidades han cambiado, la manera de comunicarse la gente ha cambiado. Por otro lado, se incrementa la desconfianza porque hay una enorme corrupción. Este escenario genera desapego.

¿Qué soluciones hay para plantear? Un escenario de recuperación, de restablecimiento de los partidos que tienen su sello y un cierto prestigio en la historia de un determinado país.

Respecto a la confianza, no soy psicólogo pero confío en personas. Y si dejo de confiar en una persona puedo confiar en otra. Pero confiar en una sigla, en una institución… allí el desapego es mayor. Por ejemplo, cuando dejo de confiar en algo que había estado presente en mi vida durante cuarenta años. En las instituciones, el cambio es mucho más lento y el daño que se produce es mucho mayor, porque son las siglas de un partido, como el APRA, por ejemplo, que ha llenado la vida de peruanos por generaciones. Y si en determinado momento esta confianza se rompe, es imposible restablecerla.

La polarización beneficia la figura de los individuos aislados y no de los partidos.

La profesionalización de la política ha sucedido para bien y para mal. Hay un nicho poco estudiado: el papel de las consultorías políticas de las campañas. Aquí, buenos profesionales de la comunicación venden un producto y como consecuencia de eso se produce una homogeneización de las estrategias. Al final, toda la política se mueve al mismo ritmo. Un ejemplo es la estrategia de la polarización. Esto es una hipótesis y hay que probarla. Estoy convencido de que esta estrategia, ahora presente en todos lados, es hábilmente introducida por la consultoría política porque sabe que rinde, sobre todo, en el ámbito del presidencialismo. La polarización beneficia la figura de los individuos aislados y no de los partidos.

Corrupción

Creo que, en primer lugar, deben taponar la brecha de la corrupción, de lo que supone el descontrol de los políticos y de prácticas corruptas que pueden venir ligadas a lo que denomino la financiación espuria, que es producto de un estado de cosas y de una necesidad de fondos para mantener campañas permanentemente dado que el voluntariado en los partidos políticos ha disminuido. Esta avidez de dinero permite la llegada de dinero del crimen organizado.

La construcción de los partidos se da a partir de los líderes fuertes. El centro de mando cohesiona a las personas. Pero también partidos tradicionales de la región fueron construidos en torno a grandes figuras que terminaron siendo candidatos. ¿Cuál es la diferencia entre esas construcciones? El Partido Justicialista en Argentina y el Liberal en Colombia fueron construidos en torno a un líder, pero después se mantuvieron en el tiempo.

Tengo dos respuestas. Una histórica, y es que hubo líderes con vocación institucional. Es el caso de Figueres, en Costa Rica. Es el típico caudillo que, sin embargo, institucionaliza el Ejército de Liberación Nacional en el Partido de Liberación Nacional. O incluso en México, con la figura de Lázaro Cárdenas. En cierto momento se da un giro peligroso, de torcer los designios del sufragio efectivo. El PRI fue un caso exitoso de institucionalización política. Otra cosa es el estilo de esa institucionalización.

Estos son dos ejemplos de partidos que pudieron tomar en un momento una deriva personalista pero que, gracias al impulso de una figura desde dentro, cambiaron. La propia DC chilena fue muy caudillista en torno a Eduardo Frei y en su momento él fue capaz de modernizar el partido hacia uno no dependiente de su importante figura.

Respecto a los tiempos, me cuesta encontrar un ejemplo en la sociología cotidiana de un movimiento institucionalizado del carácter que sea que tenga éxito hoy. La gente joven sigue a influenciadores en las redes sociales, no sigue a un canal en términos impersonales. Este factor de identificación con individuos es muy efectivo y esto afecta también el escenario de los partidos.

En Europa hay algunos ejemplos de nuevas formas de partidos políticos: Ciudadanos, Podemos, La Repúblique en Marche. ¿Qué pueden aprender los latinoamericanos de estas experiencias, de sus aciertos y errores?

No son casos exportables. Todo lo contrario. El primer reto de En Marche lo vamos a tener el año que viene y veremos empíricamente qué queda. Tengo mis dudas al respecto. Podemos es un partido absolutamente personalista. El liderazgo de Pablo Iglesias es muy fuerte. También es personalista Ciudadanos y su fracaso fue el fracaso de su líder, su incapacidad de tener una lectura política clara del momento y haber perdido la oportunidad de formar un gobierno con los socialistas. A partir de ese momento Ciudadanos ya no existe, después de las elecciones catalanas es un partido en vías de desaparición. Esos tres ejemplos reafirman lo que estamos señalando: el momento que vivimos y las dificultades de encontrar enseñanzas.

Fenómenos disruptivos como la pandemia desafían la institucionalidad democrática. Los partidos parecen sobrepasados y lentos en la respuesta. La pandemia mostró la importancia del diálogo y de la cooperación de la ciencia con la política. ¿Cómo congeniar tiempos políticos con los de la ciencia?

Profesionalización

Los partidos políticos deberían profesionalizarse, sí, pero tener su propia lógica en las campañas y en los procedimientos; que fuera exclusivamente suya, como una seña de identidad, y no comprada en el mercado de la consultoría internacional contratando a consultores que van a repetir las mismas recetas en uno u otro partido y en uno u otro país.

Es una pregunta que incorpora lógicas distintas. Me gusta retornar a Max Weber y a sus fabulosas conferencias sobre el científico y el político. Fue un clarividente en muchas cosas; en este tema, por cierto, lo fue. En el dilema planteado se encuentran la lógica de la responsabilidad y la lógica de la convicción. ¿Cómo aunarlas?

El drama es que hoy en día todo esto es vertiginoso y además global. Está ocurriendo en todos los países. Esta conversación la podríamos tener con gente de Filipinas o de cualquier sitio del mundo. Y probablemente no la habríamos tenido hace trece meses. Este es el gran cambio.

No me atrevo personalmente a plantear un escenario en clave de qué debe hacerse. Tengo miedo a plantear un recetario. Hay cuestiones posiblemente básicas que son insoslayables. Hay un orden o, mejor dicho, un desorden global. Eso es una parte de la ecuación. La otra parte es que hay un mundo local muy potente, al que la gente de momento sigue aferrada. Entonces, la gran combinación de lo glocal, es decir, lo local y lo global, debería ser una asignatura a abordar. Los partidos, sobre todo los tradicionales, pueden tener un músculo lo suficientemente activo para penetrar, trabajar en lo local y, a la vez, combinarse con instancias —a través, por ejemplo, de las fundaciones— con el mundo, con lo global. Allí los partidos tienen un trabajo realizado, a la hora de mantener sus estructuras, cuanto más extensas y con mayor capacidad de permear en las bases, para poder hacer un canal diferente al que se venía haciendo de intermediación. Porque el gran drama de los partidos políticos es que todas las instancias de intermediación se han visto desbordadas por el uso directo de las nuevas tecnologías. Entonces, si el partido político va a ser un mero transmisor, su rol está obsoleto.

Todas las instancias de intermediación se han visto desbordadas por el uso directo de las nuevas tecnologías.

El partido político tiene que intentar incorporar valor a lo que hace, a sus funciones. Por ejemplo, la proximidad es un valor pero también lo es lo global. Es fundamental encontrar esa combinación. Si los partidos no añaden valor a su función principal, entonces sí van a desaparecer. Porque no tendrán sentido.

¿Qué valor hay en el intercambio entre partidos políticos de Europa y Norteamérica con los de América Latina?

Hoy los partidos se parecen más que antes. Un problema común en muchos países es la polarización. La extensión de la lógica amigo-enemigo, que lo permea todo. La colaboración entre partidos en distintos niveles es positiva porque puede reducir argumentos que favorecen la polarización. En la conversación, en la deliberación, en el intercambio de ideas hay posibilidades de desarticular el gran argumentario que sostienen los dos pilares que confrontan en un escenario político. Estrategias de seminarios conjuntos sobre temas de interés común, o contactos sutiles, no necesariamente públicos, con un nivel de discreción amplio, son positivos.

Formación

Los partidos pueden seguir cumpliendo con algunas funciones fundamentales. Una es formar a su gente; otra es incorporar gente a lo público, una función nada desdeñable. Si me preguntan cuáles de las funciones tradicionales que leemos en los manuales mantendría, diría que estas, desde luego, deberían estar presentes.

Hay otro actor que juega un rol cada vez más relevante: el Partido Comunista de China, que ofrece una colaboración con recursos sin fin, pero obviamente sin valores democráticos en común.

Ignorar a China no tiene sentido, es absurdo, tanto por la posición que ocupa en el mundo como por la que va a ocupar en los próximos diez años. Hoy ya se ha convertido en el segundo o tercer socio comercial y financiero de América Latina; para algunos países es el primero. Encerrarse y no dialogar en este ámbito no tiene sentido. Sería partidario de foros de discusión sobre temas de interés para ambas partes, pero teniendo claro que cada uno está en un escenario distinto. La distancia es poco comparable, pero es como también se puede tener contacto con gente del PC de Cuba. Por supuesto que su lógica y valores están en lugares diferentes, pero eso no quita que algunos temas puedan ser abordados en una conversación razonablemente franca sobre salidas a problemas existentes.

Nuevos temas y nuevas agendas

El interés en nuevos temas existe, pero cambian los canales. Los jóvenes se informan a través de youtubers que les dan lo que quieren saber, en tres minutos, y con eso les alcanza. Los partidos tienen que segmentar a su propia militancia. Si quieren atraer a gente de menos de 18 o 20 años tienen que emitir en la misma onda en la que están las personas

jóvenes, y a través de los productos (aunque no me gusta esta palabra) que ellos consumen. Es claro que no pueden hablarle igual que a personas mayores de setenta años, por ejemplo. Algunos partidos lo están intentando. Se supone que, si el partido está difundiendo su mensaje y apela a herramientas de consultoría y tecnología, lo hace con su mística, con su visión del mundo, con su ideología, con su programa. Se diferencia del consultor, que «vende» un paquete que busca cambiar la opinión pública y captar el voto, y ese paquete se lo ofrece a diferentes partidos.

Las estrategias de crear ruido, rumores, para perjudicar a reales o potenciales contrincantes, no es solo de los partidos. También se emplea en clubes de fútbol y en empresas. Estos procedimientos están en manos de gente muy hábil. Los especialistas en estas campañas manejan las claves de la comunicación política y la inteligencia artificial. Los partidos conocen esto y lo van a utilizar. Pero la diferencia es si lo hacen con su mística, su ideología, su programa y no es un paquete comprado. Sería interesante tener una base de datos para ver quién le hizo la campaña a qué partido.

También en la consultoría política se puede notar un ejercicio banal que dista del enfoque profesional de la política.

Entrevista realizada por videoconferencia,
el 4 de marzo de 2021,
por Sebastian Grundberger.
Manfred Steffen y Ángel Arellano.
Edición: Manfred Steffen